LA EUCARISTÍA: “Te amó tanto, que deseó estar en tus entrañas”
ENCUENTRO DE ORACIÓN CON EL GRUPO DE ADOLESCENTES DE SAN ILDEFONSO
Eucaristía: Acción de Gracias …
Eucaristía es una palabra griega que significa “acción de gracias”… y eso es precisamente lo que hacían los primeros cristianos, al reunirse en nombre de Jesús, para “celebrar su memoria”. ¿Y qué recordaban? Pues la entrega total, “hasta el extremo” de Jesús, por amor a ellos, a nosotros…: su entrega en la cruz. Fue Jesús mismo, en la última cena, el Jueves Santo el que instituyó este “memorial”, cuando dijo: “tomad y comed, Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros” y “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre que se derrama por vosotros” (Lc 22,19-20).
Nosotros, cada vez que asistimos a la Eucaristía, cada vez que comulgamos, estamos recordando y renovando el sacrificio de Cristo en la Cruz, POR AMOR A NOSOTROS…
Jesús se queda en un trozo de pan… nos quiere tanto, nos ama tanto, que ha tenido que inventarse una forma, la más cercana posible para estar cerca de nosotros… ¿y qué se “inventó”?… ¿Qué es el pan para nosotros? ¿No es acaso la base de nuestra alimentación diaria? Está siempre en nuestras comidas, nos alimenta y nos da vida, nos une en torno a nuestras mesas, en familia, en amistad… No le bastó con hacerse hombre, con vivir entre nosotros, con pasar “como uno de tantos”, con “hacer el bien” en todo momento, curando, aliviando, consolando, predicando, dejándonos palabras de VIDA… dejándose la piel por nosotros… hasta dejarse matar… no le bastó ni siquiera el dejarse matar… en una cruz… ¿es que no era acaso una prueba ya infinita de amor?…
Pues pensó: “Y ahora que me voy al Padre, y que les envío el Paráclito, el Espíritu de la Verdad, del Amor… les echaré de menos… quiero quedarme con ellos, quiero ser su alimento, quiero ser su fuerza y su ternura, su alegría y su esperanza… quiero seguir caminando con ellos… Me quedaré en lo más humano que tienen, en lo más necesario que tienen, en un trozo de pan…”
Nos preguntamos y compartimos:
- ¿Cómo vamos a la Eucaristía? ¿En qué pensamos? ¿Nos distraemos?
- ¿Sabes lo que te dice Jesús en cada Eucaristía, en el momento en que, antes de comulgar recitamos esa oración que el centurión le dijo a Jesús: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero UNA PALABRA TUYA bastará para sanarme”? ¿Lo has pensado alguna vez?…. Jesús pronuncia TU NOMBRE… ésa es la palabra que te sana, que te llena, que te hace feliz! Tu nombre propio, lo más tuyo… Él lo conoce y lo ama, te ama y te acoge y te dice que quiere entrar, que te quiere hacer pleno, que te quiere colmar… Párate a pensar, a escuchar cómo Jesús pronuncia TU NOMBRE en ese momento…
- Si nos diéramos cuenta de que es Jesús que nos está diciendo hoy, de nuevo: “te quiero tanto que he muerto por ti. Te quiero tanto que quiero estar en tus entrañas, vivir dentro de ti”… ¿No nos cambiaría un poco la vida?
San Francisco , Santa Clara y la Eucaristía
Los dos santos de Asís, eran unos enamorados de Jesús… de ese Jesús pobre, de ese Dios que se ha hecho hombre, pequeño, abajado… POR AMOR A NOSOTROS… por eso lo ven sobretodo en la cueva de Belén, en el Calvario y la Cruz… y en la Eucaristía…
Cada vez que recibían a Jesús en la Eucaristía, era tal su emoción, que estaban horas de oración, y lloraban de alegría, de gratitud, de gozo…
Francisco, no podía ver que las iglesias estuvieran descuidadas, que los sagrarios estuvieran abandonados, sucios (en esa época era frecuente)… y cada vez que entraba a una iglesia, se ponía a limpiarla, a adecentarla, a cuidar los manteles, los corporales… todo lo que el sacerdote usaba para la Eucaristía.
Clara, también vivía en torno a la Eucaristía. En su clausura, aún estando enferma y en cama, se dedicaba a bordar purificadores, corporales, etc, para las iglesias pobres, para que la Eucaristía fuera celebrada dignamente. Y cuentan de ella, que un día, estando en cama, entraron las tropas de los sarracenos (enemigos invasores de Asís, saqueadores) y llegaron hasta el convento de San Damián, donde ella vivía con sus hermanas. Todas muertas de miedo, se fueron a refugiar en torno a la Madre Clara, que pidió que le trajeran el ostensorio (cajita o custodia donde guardaban a Jesús Eucaristía) y se hizo levantar y conducir a la puerta por donde éstos habían entrado, mientras dialogaba con Jesús Eucaristía, pidiéndole ayuda y compasión para con sus hijas… A lo cual escuchó en su interior una voz (la de Jesús) que le decía: “YO SIEMPRE OS CUSTODIARÉ”… Ella, valiente y decidida, les mostró al Señor en la custodia y éstos, espantados huyeron por donde habían venido. Este milagro, dice mucho de la confianza que Clara tenía en Jesús Eucaristía, y del amor que ella sentía hacia Él y que Él le demostró mientras ella vivió.
Historia de San Tarsicio: Mártir de la Eucaristía, siglo III
Valeriano era un emperador duro y sanguinario. Se había convencido de que los cristianos eran los enemigos del Imperio y había que acabar con ellos.
Los cristianos para poder celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse en las catacumbas o cementerios romanos. Era frecuente la trágica escena de que mientras estaban celebrando los cultos llegaban los soldados, los cogían de improviso, y, allí mismo, sin más juicios, los decapitaban o les infligían otros martirios. Todos confesaban la fe en nuestro Señor Jesucristo. El pequeño Tarsicio había presenciado la ejecución del mismo Papa mientras celebraba la Eucaristía en una de estas catacumbas. La imagen macabra quedo grabada fuertemente en su alma de niño y se decidió a seguir la suerte de los mayores cuando le tocase la hora, que “ojala”—decía el—fuera ahora mismo”.
Un día estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa Sixto recuerda a los otros encarcelados que no tienen sacerdote y que por lo mismo no pueden fortalecer su espíritu para la lucha que se avecina, si no reciben el Cuerpo del Señor. Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca para llevarles el Cuerpo del Señor? Son montones las manos que se alargan de ancianos venerables, jóvenes fornidos y también manecitas de niños angelicales. Todos están dispuestos a morir por Jesucristo y por sus hermanos.
Uno de estos tiernos niños es Tarsicio. Ante tanta inocencia y ternura exclama, lleno de emoción, el anciano Sixto: “¿Tú también, hijo mío?” —”¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años”.
Ante tan intrépida fe el anciano no duda. Toma con mano temblorosa las Sagradas Formas y en un relicario las coloca con gran devoción a la vez que las entrega al pequeño Tarsicio, de apenas once años, con esta recomendación: “Cuídalas bien, hijo mío”. —”Descuide, Padre, que antes pasaran por mi cadáver que nadie ose tocarlas”.
Sale fervoroso y presto de las Catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de su edad que estaban jugando. —”Hola, Tarsicio, juega con nosotros: Necesitamos un compañero”. —”No, no puedo. Otra vez será”, mientras apretaba las manos con fervor sobre su pecho. Y uno de aquellos mozalbetes exclama: — “A ver, a ver que llevas ahí escondido”. Y otro: – “Debe ser eso que los cristianos llaman < Los Misterios >”, e intentan verlo. Lo derriban a tierra, le dan golpes, derrama sangre. Todo inútil. Ellos no se salen con la suya. Tarsicio por nada del mundo permite que le roben aquellos Misterios a los que el ama más que a si mismo…
Al momento pasa por allí Cuadrado, un fornido soldado que está en el periodo de catecumenado y conoce a Tarsicio. Huyen corriendo los niños mientras Tarsicio, llevado a hombros por Cuadrado, llega hasta las Catacumbas de San Calixto, en la Via Appia. Al llegar, ya era cadáver. Desde entonces el frío marmol guarda aquellas sagradas reliquias, sobre las que escribió San Dámaso: “Queriendo a San Tarsicio almas brutales, de Cristo el Sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió entregar, antes que los misterios celestiales”.
Oración Eucarística
Evangelio: “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo les daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en Él…” (Jn 6,51-59)
Oración
Vengo, Jesús mío, a visitarte.
Te adoro en el sacramento de tu amor.
Te adoro en todos los Sagrarios del mundo.
Te adoro, sobre todo, en donde estás más abandonado y eres más ofendido.
Te ofrezco todos los actos de adoración que has recibido desde la institución de este Sacramento y recibirás hasta el fin de los siglos.
Te ofrezco principalmente las adoraciones de tu Santa Madre, de San Juan, tu discípulo amado, y de las almas más enamoradas de la Eucaristía.
Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.
Creo, Jesús mío, que eres el Hijo de Dios vivo que has venido a salvarnos.
Creo que estás presente en el Sacramento del Altar.
Creo que estás, por mi amor, en el Sagrario noche y día.
Creo que has de permanecer con nosotros hasta que se acabe el mundo.
Creo que bendices a los que te visitan, y que atiendes los ruegos de tus adoradores.
Creo en Ti, y creo por los que no creen.
Te quiero, Jesús mío, y te quiero querer con todas las fuerzas y como a nadie.
Porque Tú me has amado infinitamente,
Porque Tú me has amado desde la eternidad.
Porque Tú has muerto para salvarme
Porque Tú no has podido amar más.
Porque Tú te entregas del todo a mi en la Comunión.
Porque Tú me das en manjar tu Cuerpo y en bebida tu Sangre.
Porque Tú estás siempre por mi amor en la Santa Eucaristía.
Porque Tú me recibes siempre en audiencia sin hacerme esperar.
Porque Tú eres mi mayor Amigo.
Porque Tú me llenas de tus dones.
Porque Tú me tratas siempre muy bien, a pesar de mis pecados e ingratitudes.
Porque Tú me has enseñado que Dios es Padre que me ama mucho.
Porque Tú me has dado por Madre a tu misma Madre.
¡Dulce Corazón de Jesús, haz que te ame cada día más y más!
Dulce Corazón de Jesús, sé mi amor.
Te amo por los que no te aman.
Te amo por los que nunca piensan en Ti.
Te amo por los que no te visitan.
Te amo por los que te ofenden e injurian.
Toma mi corazón joven y dame la fuerza para ser siempre tu amigo y no fallarte nunca.