Carta de unos recién casados

Sí, pese al coronavirus nos casamos. El 12 de septiembre de 2020. Debería haber sido a las 19:00 h, pero una restricción de última hora nos hizo cambiar la ceremonia a las 13:30 h. Nos casamos en el año de la pandemia, el confinamiento, el desconcierto, la incertidumbre, la angustia…también en el año del miedo selectivo y las excusas. Teníamos previsto 300 invitados, un grupo de música, acabar a altas horas de la madrugada…al final nos pudimos reunir entorno a 150, con mascarillas, sin besos ni abrazos y solo con un baile: el de los novios. Los días previos fueron de mucha tensión: vivíamos pendientes de restricciones y esperando resultados de PCR. Nos despertábamos pensando, ¿quién nos llamará hoy para decirnos que no viene a la boda? La preparación de la boda fue de todo menos fácil. Lloramos y sufrimos mucho, pero teníamos claro que queríamos casarnos. Con o sin barra libre, con más o menos invitados, con o sin viaje de luna de miel…estábamos decididos a iniciar nuestro proyecto de vida juntos y nos repetíamos una y otra vez “todo será para bien”. Las circunstancias se tornaron dolorosas por muchos motivos y todo lo que deseábamos y habíamos estado organizando con tanto cariño e ilusión se cancelaba o requería un esfuerzo extra por nuestra parte para adaptarnos y poder llevarlo a cabo… pero nuestra boda fue preciosa, nos divertimos y la disfrutamos muchísimo. No estábamos solos, Dios estaba en y con nosotros. Hasta en los momentos más difíciles: ante bajas de última hora muy dolorosas, cuando a menos de 24 horas estábamos en el despacho de don Pedro planteándonos cancelar la boda o cuando a menos de 14 horas estábamos pegados a un ordenador echando destinos de interinidad, con los nervios a flor de piel y la incertidumbre por saber si después de la boda podríamos comenzar a convivir o no…Dios estaba con nosotros. Nos sostuvo, nos consoló y nos permitió sentir el calor y el cariño de muchos seres queridos. 

Llevamos pocos meses de matrimonio, pero llevar en la mochila tantas dificultades superadas entorno a la celebración de la boda y habernos ayudado en tantos momentos en los que emocionalmente nos hemos sentido al límite creemos que nos ha allanado el camino en el inicio de nuestro matrimonio y nuestra convivencia y nos ha fortalecido para dificultades futuras. Bajo la tormenta hemos podido conocernos más y eso ha aumentando nuestra unión y nuestra complicidad, nos ha hecho más sensibles a las alegrías, el dolor y las necesidades del otro y nos ha ayudado a valorar lo realmente importante. Creíamos que por trabajo no podríamos vivir juntos, y sí lo estamos haciendo, así que afrontamos cada día en el que amanecemos juntos como lo que es, un verdadero regalo. Por ello, disfrutamos especialmente de todo lo que compartimos deseando desde la entrega mutua cuidarnos, crecer juntos y ser siempre una alegría para el otro. Ahora, mucho más tranquilos y adaptados a los primeros cambios caminamos ilusionados, felices y deseando ampliar pronto la familia. 


“Quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de verás un solo día”.