LA ESCUCHA DE TU VOZ

INTRODUCCION:

Señor, hoy queremos ponernos a la escucha de tu Voz, que nos habla a través de lo que nos rodea, de la naturaleza, de Tu Palabra, de San Francisco. En este tiempo de Adviento, somos conscientes de la necesidad que tenemos de hacer silencio dentro de nosotros para saber escuchar. Dentro de nosotros, existen muchos ruidos. Hoy queremos intentar pararnos en este camino, entorno, para reconocerlos, para hacer silencio y dejar espacio en nuestro interior, dejarte espacio a TI que quieres venir, que ya estás viniendo a nuestro corazón, un año más… Usamos por eso las palabras de San Francisco, dirigidas a sus hermanos (Rnb XII):

Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón… ruego a todos los hermanos que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas; y hagámosle siempre allí habitación y morada a aquél que es Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo… adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer (Lc 18,1); pues el Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y verdad (cf. Jn 4,23-24).

Reflexionamos un poco:

Francisco fue un hombre que hizo de su vida una morada para Dios. Supo hacer silencio y adorar con corazón puro y sencillo, porque reconoció con humildad la grandeza infinita de todo un Dios, creador de todo, de lo que nos rodea, de la naturaleza, de tantas cosas bellas, …. TODO UN DIOS QUE SE HA QUERIDO POR AMOR A MI HACER HOMBRE, HACERSE CERCANO, PARA PODER ABRAZARME y QUE YO LE PUDIERA ABRAZAR Y CONOCER ASI EL AMOR DEL PADRE…

Oremos con el cantico de Daniel para disponer nuestro corazón a la alabanza, a la escucha, al silencio, en comunión con toda la naturaleza:

CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES (Dn 3,57-88.56)

Toda la creación alabe al Señor

57Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.

58Angeles del Señor, bendecid al Señor;

59cielos, bendecid al Señor.

60Aguas del espacio, bendecid al Señor;

61ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

62Sol y luna, bendecid al Señor;

63astros del cielo, bendecid al Señor.

64Lluvia y rocío, bendecid al Señor;

65vientos todos, bendecid al Señor.

66Fuego y calor, bendecid al Señor;

67fríos y heladas, bendecid al Señor.

68Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;

69témpanos y hielos, bendecid al Señor.

70Escarchas y nieves, bendecid al Señor;

71noche y día, bendecid al Señor.

72Luz y tinieblas, bendecid al Señor;

73rayos y nubes, bendecid al Señor.

74Bendiga la tierra al Señor,

ensálcelo con himnos por los siglos.

NOS PREGUNTAMOS EN SILENCIO:

¿Qué es lo que siento que me impide hacer silencio? ¿Qué “ruidos”, obstáculos”, prejuicios, reconozco dentro de mí, que no me dejan libertad para escuchar con corazón puro la Voz de Dios que me habla? ¿Cómo son mis ruidos? Muchos son de fuera, del estrés de cada día, de las preocupaciones, de las cosas que tenemos que hacer, de lo que nos falta, de las relaciones que no van… Muchos otros son de dentro, de nuestro malestar con nosotros mismos, de reconocer que algo “no va bien” dentro, de que quiero controlar mi vida y el futuro sigue incierto, de que no me fio de Dios, de que me sigo sintiendo autosuficiente y no me dejo ayudar de los que tengo cerca, ni yo mismo me acerco a los que me necesitan…de que la vida “se nos va” y no la estamos sabiendo aprovechar bien…

PARA CONCLUIR:

Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido. Acerquémonos así al Misterio de la Navidad, del Dios hecho humilde, pequeño, necesitado, hombre y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo” (Benedicto XVI)

Que este tiempo de ADVIENTO, tiempo para preparar nuestro corazón (habitación interior lo llamaba también san Francisco) a la venida del Señor, despierte en nosotros el deseo del encuentro con Aquel que sólo espera ser reconocido, deseado y acogido. Es un tiempo único, que no podemos dejar pasar sin más, para caer en la cuenta de que Alguien nos ama desde siempre y nos acoge tal como somos, sin condiciones ni chantajes; de que Alguien nos busca, aunque no le busquemos, y quiere entrar donde ya habita. No tengamos miedo del silencio ni de la soledad, busquemos cada día un rato para entrar dentro de nosotros mismos, donde Él nos espera: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Sí, el camino del Adviento es un “viaje interior”. Se trata de descubrirnos en Él, de reconocer que nos espera en nosotros mismos. Se trata de abrir el interior a su presencia escondida para que habite en todo nuestro ser y hacer. De esta manera podremos ver con su mirada, sentir con su mismo corazón, actuar con su mismo Espíritu. Hemos de llegar hasta ese lugar íntimo donde, abiertas las puertas, se descubre que él ya vino a nosotros y nos espera en nosotros mismos…

ORAMOS:

Jesús, Tú has querido venir a este mundo y hacerte hermano nuestro: ¡Gracias Señor!

Jesús, Tú estás junto a nosotros, no te has marchado de nuestro lado: ¡Gracias Señor!

Jesús, Tú nos enseñas el camino de la vida: ¡Gracias Señor!

Jesús, contigo los corazones rotos por el desamor son sanados: ¡Gracias Señor!

Jesús, contigo aprendemos a ser hermanos, a ser familia, a considerar a todo y a todos como parte de nuestra vida, como tu: ¡Gracias Señor!

Danos un corazón puro y humilde para saberte ver en todos los acontecimientos, como Francisco. Danos un corazón sencillo que sepa no apropiarse de la gloria que es Tuya, como Francisco, y que te alabe por todo lo bueno que haces en nuestra vida cada día.

Danos un corazón atento y agradecido que sepa escucharte cada mañana, para esperarte con el mismo amor y ternura con que te esperó María durante todo este tiempo.

¡Gracias Señor!