Lo que podemos saber acerca de Dios
Por qué algunas personas no quieren saber nada de Dios
Seguro que algunas personas te han dicho en diversas ocasiones:
¡DIOS no existe! Sólo es una invención.
Algunas personas tienen un interés muy curioso en que no exista Dios. ¿Por qué se ponen tan agresivas en contra de Dios y quieren que desaparezca del mundo todo lo que nos lo recuerde? Les debería dar totalmente igual. Quizás no quieren a Dios porque entonces tendrían que cambiar del todo su vida. Si existe Dios, si es absolutamente bueno y sólo quiere el bien, entonces es absolutamente imposible mentir, cometer adulterio, tomar drogas, estafar a otras personas y considerarse uno mismo el ombligo del mundo.
Muchas personas son ateas sencillamente porque consideran más guay ser ellas mismas una especie de “dios” y decidir ellas mismas lo que es bueno y lo que es malo. Quien coloca su EGO en el centro del mundo es un egoísta.
Los egoístas, todos lo hemos experimentado alguna vez, son personas poco agradables. Y los egoístas son, en el fondo, ateos, pues está claro que en su concepto del mundo no encaja ningún ser que sea mayor, más hermoso, más inteligente, más santo y más digno de adoración que ellos mismos.
¿Y si no puedo encontrar a Dios?
Pero también hay personas que no son egoístas y, sin embargo, tampoco creen en Dios. Dicen con frecuencia: no puedo encontrar a Dios, no lo descubro en ninguna parte. No les ayuda siquiera el pensar a fondo. Se trata de lógica. Para eso tenemos que poner en marcha nuestras células grises, y eso al cien por cien (lo que sigue es, por tanto, sólo para personas que saben pensar de verdad):
- Todo lo que existe tiene una causa, una razón de ser. Existo porque me engendraron mis padres. Los acantilados de la costa croata existen porque durante millones de años se produjeron movimientos de la corteza terrestre y algunas rocas se desplazaron fuera de la superficie del agua. Si existe algo, debe haber también algo que lo ha creado.
- También existe el universo (= el conjunto de todas las cosas que existen en el tiempo y en el espacio)
- Por eso debe existir necesariamente algo que sea la causa/ la razón de la existencia del universo. Sería totalmente ilógico que el ratón, el mar y las estrellas tuvieran una razón para existir, pero no el universo. Tampoco el universo en su conjunto puede existir sin más, sin motivo.
- Pero la razón para la existencia del universo en su conjunto debe ser mayor y, sobre todo, totalmente diferente a todo lo que hay dentro del universo. Aquello que ha creado “el tiempo y el espacio” no puede ser él mismo parte “del tiempo y del espacio”.
- Este “algo” que es mayor que todo el mundo y que, sin embargo, debe existir necesariamente, porque sin él el universo carecería de sentido, es lo que llamamos DIOS.

El milagro del pequeño grano de arena
PRUÉBALO: Intenta imaginarte sin más la “nada”; es decir nada de nada, ni siquiera una forma de oscuridad o un gran vacío, no, realmente nada de nada. ¡Nada, nada, nada! Ni siquiera el pensar. Sencillamente nada.
Te apuesto a que no lo consigues. El filósofo Leibniz dijo en una ocasión que sólo hay una gran cuestión en el mundo:
¿Por qué existe algo y no más bien nada?
- Ciertamente aquello que no podemos ni siquiera imaginar —la nada— es en realidad lo que sería evidente: sencilla- mente no hay nada y basta.
- Pero resulta que hay algo. Esto lo sabemos con absoluta certeza. Y aunque sólo existiera un único grano de arena y nada más, esto ya sería un milagro increíble. Sólo la existencia de un mínimo grano de arena destruiría la “nada”.
- Tiene que existir alguien que ha pronunciado su gran “sí”; que quería que existiera “algo” y “no más bien nada”.
- Los cristianos llamamos Dios a este “alguien” que ha creado el universo de la nada.
- Y afirmamos que Dios es el CREADOR del mundo.
Pero no debemos imaginarnos al Creador como alguien que chasqueó los dedos en el principio de todas las cosas y luego se tumbó a descansar. Dios no sólo ha pronunciado al principio su gran “sí” sobre el mundo. Lo hace en cada milésima de segundo. Siempre, hasta el final de los tiempos dice: “Sí, mundo, YO quiero que existas”.
Sin el “sí” de Dios, que pronuncia para el mundo en este preciso segundo en el que lees esto, todo el universo con todas sus vías lácteas y sistemas solares se hundiría inmediatamente en la nada, como si alguien apagara el proyector y se acabara la película.
El final de las pequeñas células grises
Pero ¿cómo se puede experimentar en realidad algo acerca de Dios?
Para saber que existe Dios, son suficientes las pequeñas células grises, no se necesita más que una razón lógica. La idea de un mundo en el que todo tiene un fundamento menos el propio mundo, le parece una tontería a cualquier persona razonable.
Pero nos gustaría saber más acerca de este ser misterioso sin el cual TODO sería NADA.
¿Y quién es este Dios? ¿Cómo es su relación con aquello que ha creado? ¿Cómo es Dios en sí mismo? ¿Acaso es Dios frío y cruel? ¿No tiene sentimientos, como una máquina? ¿O, por el contrario, está lleno de amor?
Por sí mismos los hombres no alcanzan a dar una respuesta a estas preguntas. Ni siquiera los más grandes filósofos y pensadores. Ni Aristóteles, ni Platón, ni Kant, ni Hegel. Y quien hace como si supiera cómo es Dios es un chiflado o un estafador.
Entonces, ¿qué? ¿No tenemos los hombres ninguna oportunidad de saber si el fundamento último del mundo es bueno o malo? ¿Si podemos confiar en el Creador del mundo, porque está lleno de amor? ¿O si fuimos arrojados al mundo por un tirano cruel, que juega con nosotros, para destruirnos hoy o mañana?
Pues sí, hay una posibilidad. Dios podría decidirse a comunicarnos algo. A esto lo llamamos REVELACIÓN. ¿Cómo lo podría hacer? Quizás así:
- Podría hacer aparecer por arte de magia unas impresionante letras de fuego en el horizonte: “Existo. Y, por cierto, soy majo. Dios”.
- Podría hacer resonar sobre el mundo informaciones divinas con voz de trueno: “Hoy he decidido que las próximas noticias sobre mi persona serán el miércoles. Dios”.
Piensa un poco sobre la palabra REVELACIÓN. Es como cuando te enamoras. No sabes nada del chico o de la chica de tus sueños hasta que hace “clic” y uno de los dos dice al otro: “¿Sabes que en realidad estoy perdidamente enamorado de ti?”. Puedes haber observado e investigado al otro; puedes incluso haber leído libros enteros acerca del hombre y la mujer y la esencia del amor: ¡pero no sabes nada! Es decisivo el momento en el que la otra persona se te REVELA. Tiene que abrirte el corazón y decirte lo más asombroso: “Todo el tiempo no he anhelado ninguna otra cosa más que tu amor”.
Ciertamente Dios se ha revelado (es decir, mostrado) a la humanidad de diferentes maneras; unas veces poderoso y grande (en fenómenos naturales, en el destino de pueblos enteros), otras muy leve, tocando el corazón de una persona. Lo maravilloso es que Dios quiere realmente hablar contigo y conmigo, como si fuéramos las únicas personas en el mundo; y las más importantes.
Si hemos comprendido esto y escuchamos la voz de Dios, a esto lo llamamos fe.
Dios se me muestra.
Oigo la voz de Dios y le respondo:
“Aquí estás, mi Dios y Señor. Te doy gracias porque me ves y me hablas. Te CREO. Condúceme y guíame. Bendice mi vida y la vida de todas las personas”.
Cuando alguien reconoce al Dios que se muestra, cree en él y entra en contacto con él en su corazón, a esto lo llamamos ORACIÓN.
Un Dios que se revela y un libro como ningún otro
Dios tiene que mostrarse (= revelarse) para que sepamos más sobre él. Y eso es lo que él hace. El Dios eterno y todopoderoso, que es incomprensible para nosotros los hombres, salió (y sale) de su silencio. Él se muestra. Dios da a conocer incluso sus pensamientos más íntimos. Nos deja mirar dentro de su corazón, si se puede hablar de “corazón” en el caso de Dios. Esto sucede en tu vida, pero también en la vida de todas las personas que escuchan la voz de Dios en la oración y que, en la historia de su vida, han buscado y buscan las huellas de Dios. En esto no empezamos de cero.
La BIBLIA es el libro en el que podemos leer cómo Dios se mostró al principio en la historia del pueblo de Israel, cómo él se nos reveló a los hombres paso a paso, hasta que en Jesús expresó lo más profundo acerca de sí, lo grande que es su amor divino.
Durante mucho tiempo los hombres sólo tuvieron ideas imprecisas acerca de Dios o de los dioses. Pueblos enteros consideraban a Dios un ser a quien había que ofrecer incluso sacrificios humanos, para alcanzar su benevolencia. Solamente en la vida del pueblo de Israel comienza a verse claro que Dios no es un monstruo de muchas cabezas, ante quien siempre hay que tener miedo. Que sólo hay un único Dios, que es bueno y fiel para con los que confían en él, esto se mostró en la vida de muchas personas concretas: madres, padres, hijos, profetisas y profetas, reyes y santos. Abraham descubrió a Dios bajo el cielo estrellado; Moisés lo conoció en la zarza ardiente. Ya conoces sus historias.
Todas estas experiencias con Dios fueron escritas en un libro increíblemente rico y variado. El papa Benedicto XVI comparó una vez la Biblia con un jardín. Con un jardín claro y precioso, en que podemos encontrar los más profundos conocimientos sobre Dios como flores hermosas. Si leemos la BIBLIA y entramos por tanto en contacto con Dios, dice el Papa, “entonces es como si paseáramos en el jardín del Espíritu Santo, nosotros hablamos con él y él habla con nosotros”.