Me hago cargo de la realidad: “El buen Samaritano”
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ORACIÓN INICIAL
Ante el santísimo nos ponemos en su presencia y hacemos la oración inicial.
SEÑOR, ENSÉÑANOS
Señor,
Enséñanos a no amarnos a nosotros mismos,
a no amar solamente a nuestros amigos,
a no amar sólo a aquellos que nos aman.
Enséñanos a pensar en los otros
y a amar, sobre todo,
a quienes nadie ama.
Concédenos la gracia de comprender que,
mientras vivimos una vida demasiado feliz,
hay millones de seres humanos,
que son también hijos tuyos
y hermanos nuestros,
que mueren de hambre,
sin haber merecido morir de hambre;
que mueren de frío,
sin haber merecido morir de frío;
que mueren sin haber merecido morir.
Señor, ten piedad de todos
los pobres del mundo;
y no permitas
que nosotros vivamos felices sin compartir nuestros bienes,
sin entregar nuestras vidas,
sin luchar por un mundo donde sea posible el amor.
Haznos sentir la necesidad de trabajar por un mundo más justo,
líbranos de nuestro egoísmo,
concédenos la gracia de la generosidad.
REFLEXIONAMOS UNOS MINUTOS LA ORACIÓN Y HACEMOS ECO DE ALGUNA FRASE QUE NOS HAYA LLAMADO LA ATENCIÓN.
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COMIENZA NUESTRA AVENTURA
La primera parada
Jesús – Amigos, ¿de qué sirve que tú digas: «yo creo en Dios, yo tengo fe», si no haces nada por los demás? Si un vecino con hambre toca a tu puerta y tú le dices: «Que Dios te bendiga, hermano», pero no le das un pan, ¿de qué le sirve eso, eh? Así pasa con los que dicen que tienen fe, pero se quedan cruzados de brazos. ¡Esa fe está muerta, es como un árbol sin frutos!
Hombre – ¡Bien dicho! ¡Arriba el profeta de Galilea!
Estábamos en el Templo de Jerusalén, en el atrio de los extranjeros. Y, como siempre, los vecinos de la ciudad de David nos fueron rodeando para oír a Jesús y aplaudir sus palabras. Era gente del pueblo la que venía a escucharnos: alfareros, buhoneros, mujeres públicas, aguadores. Por eso, todos nos sorprendimos cuando aquel maestro de la Ley, con su manto de lino y un grueso anillo de oro en las manos se acercó a nuestro grupo.
Maestro – ¿Puedo hacerte una pregunta, galileo?
Jesús – ¿Por qué no? Aquí todos estamos conversando. ¿Qué quieres preguntar?
Maestro – Verás, estoy escuchándote desde hace un rato. Y sólo te oigo hablar de compartir lo que uno tiene, de dar de comer al hambriento. Todo eso está muy bien, yo no digo que no. Pero, ¿no te parece que se te está olvidando lo más importante?
Jesús – ¿Lo más importante? ¿Y qué es lo más importante?
Maestro – Dios. Se te está olvidando Dios. ¿O es que tú eres un agitador político y no un predicador de la fe de Moisés?
Jesús – Fue el mismo Dios el que le entregó a Moisés estos mandamientos de justicia.
Maestro – Claro que sí, galileo, pero en la ley de Moisés hay muchos, muchísimos mandamientos. Si yo te preguntara cuál es el más importante de todos ellos, ¿qué me dirías tú?
Jesús – Tú sabes mejor que yo la respuesta. ¿Qué nos enseñaron en la sinagoga desde niños? «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».
Maestro – Entonces, según tú, lo primero es amar a Dios sobre todas las cosas, ¿no es eso?
Jesús – Claro que sí, amigo. Dios es lo primero. Pero, ¿dónde está Dios? A veces, uno se lo encuentra donde menos se lo espera. Una vez iba un campesino por el camino solitario y peligroso que baja de Jerusalén a Jericó.(1) Montado en su mulo viejo, aquel hombre iba contento de regreso a su casa. Había vendido a buen precio la cosecha de centeno y ahora volvía reunirse con su mujer y sus hijos.
Campesino – ¡Arre, mulo, arre, no te duermas! Que todavía nos queda un buen trecho. ¡Ay, mujer, cuando te cuente! ¡Larará, lararará! Con este dinerito podremos salir de todas las deudas. ¡Caramba, qué buena suerte he tenido hoy! ¡Lararí, larararí!
Jesús – Pero no, aquel no era su día de suerte. Porque en un recodo del camino, en mitad del desierto, unos bandidos estaban emboscados. Y cuando vieron pasar al hombre montado en su mulo…
Ladrón – ¡Suelta el dinero si no quieres perder el pellejo!
Campesino – No, no, por favor, no me hagan esto. Es mi trabajo de seis meses, la comida de mis hijos… ¡yo soy un hombre pobre!
Ladrón – ¡Toma! ¡Toma!
Campesino – ¡Ay, ay, por favor! ¡Ayyyy!
Jesús – Los ladrones le dieron con un palo en la nuca, le espantaron el mulo y le robaron todo el dinero de la cosecha.
Ladrón – Yo creo que éste ya estiró la pata. Quítale también la ropa.
Compinche – Bah, tíralo ahí en esa zanja. ¡Y vámonos antes de que alguien pase y nos vea! ¡De prisa!
Reflexión
En nuestra primera parada del camino podemos ver dos partes:
Una primera parte, en la que un maestro quiere poner a prueba a Jesús, pero éste le contesta con una parábola.
- Nosotros que diríamos a las palabras de Jesús: “Amigos, ¿de qué sirve que tú digas: «yo creo en Dios, yo tengo fe», si no haces nada por los demás? Si un vecino con hambre toca a tu puerta y tú le dices: «Que Dios te bendiga, hermano», pero no le das un pan, ¿de qué le sirve eso, eh? Así pasa con los que dicen que tienen fe, pero se quedan cruzados de brazos. ¡Esa fe está muerta, es como un árbol sin frutos!”
- Un “maestro” de la ley” que se acerca a Jesús, sabe cuál es la voluntad de Dios “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, y al prójimo como a ti mismo”. Y piensa que eso de “amar a Dios” lo tiene claro, pero lo que no tiene claro es quién sea el “prójimo”.
- ¿Dónde dices que está Dios?
- Primera toma de contacto con la realidad: de los periódicos que a continuación se os presenta, recortad las noticias que hasta el momento os resulten llamativas.
La segunda parada
Sofar – Las fiestas de este año quedarán preciosas, sacerdote Elifaz, se lo aseguro.
Elifaz – Y dígalo, Sofar. Me han dicho que el sumo sacerdote ha mandado comprar el mejor incienso de Arabia.
Sofar – Ha comprado también copas nuevas para el altar, de oro purísimo de Ofir. ¡Esperemos que no falte el vino para llenarlas!
Elifaz – Oiga, fíjese en aquello que está en la zanja.
Sofar – ¿Dónde? Ah, sí, ya veo… pero no distingo bien. ¿Es un animal muerto? ¿O un hombre?
Elifaz – Apuesto a que es un hombre… pero borracho. ¡Ese tipo tiene más vino dentro que un barril! ¿Y no le dará vergüenza emborracharse en estos días sagrados? ¡Ah, sacerdote Sofar, son los vicios los que están acabando con nuestro pueblo!
Sofar – Eh, amigo, ¿no te da vergüenza? ¿Es que no tienes respeto a Dios ni a su Ley? Ése ni se entera. A lo mejor está muerto. ¿Le parece que nos acerquemos a ver si podemos hacer algo por él?
Elifaz – Mire, sacerdote Sofar, si está vivo, ya sabrá él arreglárselas. Si supo llegar hasta aquí, también sabrá salir. Y si está muerto… ¿ya para qué?
Sofar – Tiene usted razón, sacerdote Elifaz, muy sensata su observación. Pero, ¿si estuviera… medio muerto?
Elifaz – ¿Sabe lo que pienso, Sofar? Que a esta gentuza se le hace un favor y luego ni te lo agradecen. Un sacerdote amigo mío montó en su camello a un tipo de éstos y no había andado con él un par de millas y ya le estaba sacando el cuchillo y amenazándolo, y le robó todo lo que llevaba encima. Y si se descuida, ¡hasta lo descuartiza! ¡Ah, fue tan triste aquello!
Sofar – Sí, creo que tiene usted razón. Y pensándolo bien, me parece que este desgraciado ya está tieso. ¡En fin, Señor, dale el descanso eterno!
Elifaz – Amén.
Sofar – Bueno, hablar menos y caminar más, que vamos a llegar tarde a la ceremonia. ¡Oh, camello, oohhh!
Reflexión: Tenemos límites para ver la realidad
Vemos la realidad desde nuestra situación: todas las cosas no se comprenden igual desde una choza que desde un palacio. Pero no solo las condiciones externas me hacen captar y me hacen más sensibles a algunas realidades y no a otras. También mi condición interna me hacer “ver” y “no ver” algo que sucede.
Mi egoísmo no me deja ver el mal que hago porque siempre lo justifico. No es mal, pienso, es lo únco posible que puedo vivir y hacer.
Hay personas que “viendo no ven y oyendo no entiende”
- ¿Qué experiencias personales no nos dejan “ver”?
- El sacerdote no lo ayuda porque ha tenido una experiencia negativa anteriormente, ¿nos ha pasado alguna vez esto? Hemos visto a la otra persona con unos prejuicios, con nuestras gafas, pero no hemos pensado en cambiarnos las gafas y ver su realidad.
Tercera parada.
Jesús – Al poco rato, por el mismo camino seco y polvoriento, pasó otra cabalgadura. Era un levita, uno de ésos que tienen por oficio enseñar al pueblo los mandamientos de Dios.(3) Iba acompañado de su mujer.
Levita – Te lo digo, Lidia, no tengo nada preparado. Hablar en un caserío es más fácil, ¡pero todo un sermón en una sinagoga de la capital!
Lidia – No te preocupes tanto, Samuel. Háblales de… de eso, del amor a Dios, de que tenemos que ser buenos y… y eso.
Levita – Oye, ¿y aquel bulto qué es? Mira…
Lidia – No me digas que es un muerto. ¡Les tengo horror!
Levita – No, parece un herido, la sangre está fresca aún, fíjate…
Lidia – ¡Ay, qué desagradable! Vámonos, Samuel, la sangre me marea, tú lo sabes. No soporto estas cosas.
Levita – Pero, ¿quién será este infeliz? Tiene la cara muy golpeada.
Lidia – Seguramente uno de esos revoltosos que conspiran contra el gobernador Pilato. Claro, se meten en líos, se enredan en política y ya ves los resultados. Después que no se quejen.
Levita – Este no se queja mucho, la verdad es ésa.
Lidia – ¿Te acuerdas del hijo de Daniel? Tan joven, tan buen mozo y le entró la fiebre de revolucionar. ¡Qué lástima! Acabó igual que éste. Yo es que no me explico por qué la gente no puede vivir en paz y tranquilidad sin meterse en problemas, ¿verdad, Samuel?
Levita – Es que la gente es muy violenta, Lidia. Claro, no respetan a Dios. Uno les explica los mandamientos y las buenas costumbres y… y nada. Por la oreja derecha entra, por la oreja izquierda sale. Si amaran al Señor no pasarían estas cosas. ¡Bendito sea Dios!
Lidia – ¡Y bendito su santo nombre!
Levita – ¡Y este bendito burro que se dé prisa, que a este paso no llegamos ni el día del juicio! ¡Ea, burro, arre!
Reflexión: Las vendad del sacerdote y del levita
El sacerdote judío y el levita no ven y dan un rodeo. ¿Qué motivos tienen?
El caído al borde del camino era un “medio muerto” y entre las normas que tenían para ejercer su función en el templo estaba la prohibición de tocar un cadáver antes de ejercer su función en el templo de jerusalém. El sacerdote y el levita se comportan correctamente siguietdo unas normas pretendidamente relifiosas. Estas normas son “vendas” que impiden ver la realidad del sufrimiento ajeno. El sacerdote no ve un ser humano necesitado de ayuda sino un motivo de impureza del que conviene huir…
En nuestro siglo XXI no serán unas pretendidas normas religiosa las que nos hagan dar un rodeo para no encontrarnos con el sufrimiento. Hoy tenemos otras formas de ver que nos impoden acercarnos al sufrimiento, al caído al borde del camino.
- ¿Qué vendas nos impiden ver hoy?
“Las vendas os hrá libres”, (Jn 8,32) dijo el señor y con el deseo de ver la vida y la historia con los ojos de Dios nos acercamos a lo que ha dicho el Papa Francisco para reconocer lo que nos impide “ver al pobre”
- Exclusión: No puede ser noticia que un anciano muera de frío en la calle por no tener un hogar…
- Inequietud/desigualdad irritante: No se puede tolerar que las personan tiren comida cuando hay otras personas que se mueren de hambre…
- Ley del más fuerte: el juego de la competitividad.
- Globalización de la indiferencia: no hacemos un ejercicio de empatía, nos da igual del que pasa frío o hambre…
- La cultura de los bienes nos anestesia: siempre deseamos algo que no tenemos para que estemos mejor.
- Inquietud por la novedad a consumir…
- Consumismo
- Rechazo de la ética
- Corrupción
- Bien común
- Violencia: hay muchas partes se reclama mayor seguridad.
Nos acercamos a nuestro cada día
No son grandes cuestiones ni grandes decisiones con las que nos enfrentamos cada día. Pero siempre hemos de estar alerta. “El examen de conciencia” nos puede hacer caer en la cuenta de lo que sucede en nosotros y a nuestro alrededor. El examen de conciencia nos lleva a caer en la cuenta de lo que estamos recibiendo: la fe, la familia, el alimento… y también es mirar hacia fuera.
- ¿Qué sucede con mi familia, mi trabajo, mis relaciones…? ¿Me encuentro con personas débiles? ¿Cómo vivo la paz, la libertad de los hijos de Dios, el cariño a los débiles?
A veces pasa que quienes están “caídos al borde del camino” piensan que lo que les sucede es mala suerte y ya está. Entonces se esconden, esconden su dolor… Y cuesta verlos
- ¿De alguna forma estoy haciendo lo necesario para ver a los caídos?
Cuarta Parada
Jesús – Y sucedió que, al poco rato, cruzó por aquel recodo un campesino montado en un mulo viejo y flaco.
Samaritano- ¡Al diablo con este calor! ¿Quién habrá inventado el desierto? Si no llevo los higos al mercado, nadie me los compra. Y si los llevo, se me pudren por el camino. ¡Y después dicen que Dios hace bien las cosas! ¡Pues yo digo que Dios le da barba al que no tiene quijada y le da moscas al que no tiene rabo para espantarlas! ¡Maldita sea, cuando llegue a Jerusalén no me quedará ni un higo para reventarlo en la panza del sumo sacerdote Caifás!
Jesús – Aquel campesino era un samaritano, de los que no creen en Dios ni ponen nunca un pie en el Templo.(4) Cuando vio a aquel hombre malherido…
Samaritano- Eh, tú, paisano, ¿qué te ha pasado? Caramba, si yo estoy mal, éste está peor. Estás casi muerto, compadre. ¡Epa! ¡Los buitres ya estarán afilándose el pico para el banquete!
Jesús – Y el samaritano se desmontó del mulo. Y se acercó al que estaba tirado en la zanja.(5) Y le limpió primero la sangre de la cara.
Samaritano- Ea, con este vino se te curarán las heridas. A ver… Y aceite para que duela menos. Así, así…
Jesús – Y luego se desgarró la túnica para vendarlo. Y lo cubrió con su manto y lo levantó del suelo.
Samaritano- ¡Y después dicen que Dios cuida del mundo y de los hombres! ¡Pues mira lo que cuidó de este infeliz! ¡Bah, tonterías, si alguno le ha visto la oreja a Dios, que me avise! ¡A otro bobo con esos cuentos!
Jesús – Y aquel samaritano sin fe cargó al hombre en su mulo viejo, junto al saco de higos que llevaba para vender en el mercado y, aunque él iba de camino hacia Jericó, regresó al albergue que está en Anatot y allá lo cuidó y pasó la noche en vela junto a él, porque el herido ardía de fiebre. Y cuando amaneció, el samaritano habló con el posadero…
Samaritano- Eh, amigo, yo tengo que irme. Mira, te pago por adelantado. Gasta lo que haga falta en medicinas y, si no alcanza con estos denarios, yo te daré el resto cuando regrese por aquí.
Posadero – Oye, tú, y si este hombre me pregunta quién lo trajo aquí, ¿qué le digo?
Samaritano- Dile que otro hombre… un hombre como él y como tú. Adiós, buena suerte y… ¡cuídamelo bien!
Jesús – Y aquel samaritano, que no creía en Dios ni pisaba nunca el Templo, volvió a emprender el camino, ese camino solitario y peligroso que va de Jerusalén a Jericó. Y ahora, tú, que eres maestro de la Ley, dime, ¿quién de todos éstos fue el que amó a Dios?
Maestro – Pues no sé, a la verdad. Claro, el que se acercó al herido no tenía fe, pero…
Jesús – Pero se acercó al herido que lo necesitaba. Tú también, si alguna vez vas de camino al templo, a llevar tu ofrenda ante el altar, y te acuerdas que tu hermano o tu hermana te necesita, deja tu ofrenda, regresa, y busca primero a tus hermanos.
El maestro de la Ley se quedó todavía un buen rato escuchando a Jesús. Después le vimos alejarse con paso indeciso, hasta que atravesó la Puerta de los Tres Arcos, fuera del Templo de Jerusalén.
Reflexión: Cargar con la Realidad
El samaritano carga con la realidad
Ante la presencia del hombre medio muerte, el sacerdote y el levita dan un rodeo; el samaritano se acerca. El samaritano se compadece, se para, baja de su cabalgadura y se acerca al caído al borde del camino. Le asiste inmediatamente. Y lo monta en su cabalgadura.
- ¿Por qué el samaritano si se acerca al herido?
- ¿Alguna vez hemos cargado con la realidad de algún herido?
Encargamos de la realidad
¿Qué es lo que hace el samaritano cuando carga con el herido?
¿Creéis que el samaritano tenía alguna venda que le impedía ver la realidad? ¿Por qué?
Estamos muy necesitados de posaderos y posadas que curen. Gente con espíritu.
- Capaces de tomar decisiones
- Humildes
- Abiertas al otro
- Resistentes
- Comprometidas con el presente
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GESTO
Hemos llegado al final de nuestro recorrido y para dejarnos cargar por la realidad, vamos quitarle las vendas a estos trozos que forman un corazón. Y después los vamos a unir. Vamos a hacer el gesto de curar el corazón de nuestros conocidos que necesitan ayudan, que necesitan a un buen samaritano.
Por último, pegaremos en él todas las noticias que al principio hemos recortado.
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Oración
En esta parábola Jesús nos dice cómo sanar a tantos caídos al borde del camino, como ser samaritano bueno. Jesús habla de las formas de ser y las formas de actuar que indica quien es “prójimo”
Estas palabras de Jesús son como un “manual de instrucciones” que me indican si soy “samaritano bueno”
La parábola ha señalado 4 pasos:
- Hacerse cargo de quien está al borde del camino
- Cargar con él
- Encargarse de él
- Dejarse cargar por él-
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
Por tu inmesa compasión
Borra mi culpa;
Lava del todo mi delito,
Limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
Tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
Mira, en la culpa nací,
Pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
Y en mi interior me inculcas sabiduría
… lávame:
Quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
Que se alegren los huesos
quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
Borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
Renuévame por dentro con espíritu
Firme;
No me arrojes lejos de tu rostro,
No me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
Afiánzame con espíritu generoso:
Enseñaré a los malvados tus caminos,
Los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
Y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
Y mi boca proclamará tu alabanza
… Mi sacrificio es un espíritu
Quebrantado;
Un corazón quebrantado y humillado,
Tú no lo desprecias…